CUADRO PRIMERO
Granada, 1966, una
habitación de una pensión cutre. En un tocadiscos suena Amado mío. Una celosía deja entrar la luz de la
calle. Un uniforme militar en el suelo. José está tendido en la cama en ropa interior. Gonzalo mira a través de la celosía, fumando un cigarro.
Gonzalo: Se me acaba el tiempo.
José: Está bien. Sal ya y dentro de media hora saldré
yo.
Gonzalo: Que sea una hora, mejor.
José: Venga, una hora.
Gonzalo: Y hoy pago yo.
José: ¿Tú? ¿Cómo?
Gonzalo: Pues con dinero. ¿Qué te piensas?
Tengo dinero.
José: No tienes ni un duro, Gonzalo.
Gonzalo: He conseguido un adelanto por la gala
lírica de esta noche, listo. Y Don
Carlos me ha contratado dos galas más la semana que viene.
José: No sé yo si fiarme, Gonzalo, ese hombre no es
trigo limpio.
Gonzalo: Pues voy a debutar esta noche gracias
a él. Y por eso voy a pagar hoy, que siempre pagas tú. No me hace ninguna
gracia que te creas que soy un muerto de hambre, yo también tengo un trabajo. Y
llegará un día en el que gane más que tú.
José: ¿Cantando zarzuela?
Gonzalo: Sí, sí, tú ríete, pero cuando me estés
aplaudiendo sentado entre el público en El Real, te acordarás de esta
conversación.
José: ¡Venga ya!
Gonzalo: ¡No, no, te lo digo totalmente en
serio! Ya verás, ya.
José: Bueno. Entonces, la próxima vez, cuando salgas del
Real, prometo dejarte pagar.
Pausa. Gonzalo parece inquieto.
Gonzalo: José.
José: Dime.
Gonzalo: ¿Por qué te han cambiado el destino?
José: ¿Esto significa que me vas a echar de menos?
Gonzalo: No empieces otra vez. Lo que tenemos
es lo que es, nada más. Te estoy preguntando por el cambio. ¿Es que no tienen
suficientes sargentos en Madrid?
José (sonriendo): No tan buenos
como yo.
Gonzalo: ¿No se te ha ocurrido pensar que ha
podido ser tu mujer?
José suspira, se
levanta y empieza a vestirse.
Gonzalo: Piensa un momento. Primero toda esa
historia de que quiere tener otro hijo, luego vende vuestro palco en el teatro,
y ahora, el cambio de destino. Eso lo han tenido que organizar desde arriba,
José, y tu suegro, el teniente general, tiene todas las papeletas. Alguien se
ha ido de la lengua con tu mujer, y luego ella se ha encargado de que te
trasladen.
José: Anda, no seas pesado y cántame una romanza antes
de irte. La del Saboyano. ¡No, mejor! Cántame Granada.
Gonzalo: No, ya llego tarde. Yo que tú tendría
cuidado en Madrid. Nada de paseos por el parque.
José: Nada de paseos.
Gonzalo: Y los libros de poesía los dejaría
aquí. ¡Y por Dios, nada de cuplés!
José: Gonzalo, llevo mucho tiempo viviendo en casa de un
militar, creo que sé cómo manejarme.
Gonzalo: Bueno, tú sabrás. No es asunto mío,
desde luego.
José: Cántame Granada
para despedirte, anda.
Gonzalo: No puedo, me están esperando en el
teatro.
José: ¡Venga! Aunque sea sólo un trozo.
Gonzalo: La próxima vez. Ya te la cantaré
cuando nos volvamos a ver.
José: ¿En Madrid?
Gonzalo: Sí, en Madrid. Hasta pronto, José.
José: Hasta pronto, Gonzalo.
Gonzalo sale. En cuanto
se queda solo, el semblante alegre de José se esfuma. Está preocupado. En el tocadiscos empieza
a sonar ahora el cuplé El novio de la muerte.
CUADRO SEGUNDO
Madrid, 1967, un
salón de una familia burguesa. Gonzalo está terminando de cantar El novio de la
muerte en un pequeño escenario,
acompañado al piano por Don Carlos. Los Invitados y la Anfitriona escuchan la actuación. Cuando termina,
aplauden sin mucho entusiasmo y empiezan a hablar entre ellos. Gonzalo y Don Carlos bajan del escenario y conversan
discretamente.
Gonzalo: No diga nada, Don Carlos, ya lo sé.
Don Carlos: Te falta el sentimiento, Gonzalo. El
gusto. ¿Qué te dije el año pasado cuando debutaste en Granada? Que estabas
preparado para venir a Madrid, pero que sin el gusto… sin el gusto puedes
olvidarte del Real.
Gonzalo: ¡Es que no consigo concentrarme! Y
aquí, tan lejos de mi tierra, de mis amigos… Me siento ridículo…
Don Carlos: Mientras sigas pensando en cómo te
sientes y en cómo lo haces, no conseguirás nada. Todo está en la música, no
necesitas más. Deja que la música te lleve, intentas controlar demasiado.
Gonzalo: Y ahora, a cantar La Cucaracha. No entiendo lo que tienen en Madrid con esa canción,
te juro que como tenga que cantarla una vez más…
Don Carlos: Hasta que alguien decida que tienes el
talento suficiente como para no volver a cantarla, no vas a tener más remedio.
Pausa. Gonzalo resopla,
intranquilo.
Gonzalo: ¿Está seguro de que no ha llegado
ninguna carta esta mañana?
Don Carlos: Ninguna.
Gonzalo: Es que estoy esperando una carta que
nunca llega.
Don Carlos: ¿De quién?
Gonzalo: De un amigo, un amigo de Granada al
que llevo mucho tiempo sin ver y que ahora está viviendo aquí. Ya he intentado
ponerme en contacto con él varias veces y nada.
Pausa. Don Carlos parece pensarse
algo.
Don Carlos: Gonzalo, haz el favor de escucharme. Te
voy a decir esto sólo una vez. Yo no soy tu cartero, ni tu criado, ni siquiera tu
profesor de canto. Soy el hombre que invirtió un montón de dinero en sacarte
del agujero para que triunfaras en la capital. Y no sé qué te traías entre
manos con ese sargento, pero quiero pensar que, si no te ha respondido en todo
este tiempo, ha sido por una buena razón.
Gonzalo: ¿Qué sargento? ¿De quién está
hablando?
Don Carlos: De José, Gonzalo, que no me he caído
de un guindo. ¿Tú sabes lo que les hacen a los violetas?
Anfitriona: ¿Estamos preparados, maestro?
Don Carlos: ¡Enseguida, señora!
Don Carlos se lleva a Gonzalo al escenario y
sigue hablándole en voz baja.
Don Carlos: No quiero volver a oír hablar de este
asunto. No pienso dejar que me pongas en evidencia metiéndote en un escándalo
con la policía o, peor aún, con una antigua familia de militares, como es la de
la mujer de ese sargento. Que yo también soy de Granada y sé de lo que hablo.
Gonzalo: Don Carlos, le juro que José es un
amigo de la infancia…
Don Carlos: ¿Tú quieres cantar en El Real? ¿Eh?
Gonzalo: Sí, sí, claro que quiero.
Don Carlos: Pues déjate de mariconadas y canta La Cucaracha como si te fuera la vida en
ello. Hay mucho dinero en juego. (Sonriente)
Estamos listos, señora.
Don Carlos empieza a tocar
La
Cucaracha. Gonzalo hace todo lo
posible por adoptar una expresión despreocupada.
CUADRO TERCERO
Madrid, 1968, un
camerino en el Teatro Real, casi a oscuras. En una radio suena La Cucaracha. Gonzalo, vestido de etiqueta, la apaga con una
mueca de disgusto. Nervioso, se ajusta la pajarita en el espejo. Don Carlos entra.
Don Carlos: ¿Preparado?
Gonzalo: Eso creo.
Don Carlos: No, no, no. Crees, no. Ya sabes lo que
me ha costado conseguirte esta sustitución. Si lo haces bien, no hay quien nos
pare.
Gonzalo: Querrá decir “no hay quien me
pare”. A mí. Al fin y al cabo, el que va a cantar soy yo.
Don Carlos frunce el ceño.
Gonzalo: El Real. Por fin. Por fin estoy en El
Real.
Don Carlos lo observa un
momento. Luego, saca un sobre del bolsillo y pasea tras él.
Don Carlos: ¿Te acuerdas de la conversación que tuvimos
hace un año? ¿Cuando hablamos de cierto amigo tuyo? ¿Cierto amigo de la
infancia?
Gonzalo (tenso): Sí.
Don Carlos: ¿Le has vuelto a escribir desde
entonces?
Gonzalo: No.
Don Carlos: ¿Nunca, ninguna vez?
Gonzalo: Ya le he dicho que no.
Don Carlos: ¿Estás seguro, Gonzalo?
Gonzalo: Sí.
Don Carlos: ¿Por qué no te lo piensas mejor?
Gonzalo: No me gusta su tono.
Don Carlos: ¿Qué tono? Te estoy haciendo una
pregunta.
Gonzalo: Sabe perfectamente a lo que me
refiero.
Don Carlos: Sólo te estoy preguntando si has
intentado hablar con él.
Gonzalo: Mire, Don Carlos, ya no soy un niño
pobretón de provincias, estoy a punto de debutar en El Real. Le estoy muy
agradecido por haberme descubierto, pero si vamos a seguir juntos, exijo un
mínimo de respeto por su parte. Si quiere decirme algo, hágalo sin rodeos.
Don Carlos: Como quieras. (Le alarga el sobre) Esto ha llegado hoy en el correo. Es la carta
que le enviaste a José en cuanto te enteraste de que ibas a cantar aquí.
Gonzalo: ¡La ha abierto usted!
Don Carlos: Eso he hecho, sí.
Gonzalo: No pienso tolerar esto un minuto más.
¡Fuera de mi camerino!
Don Carlos: Muy inteligente por tu parte, eso de
ir tú mismo a mandarla y no meterla entre mi correspondencia, como siempre
hacías hasta que charlamos aquel día.
Gonzalo: Se lo repito: ¡salga de mi camerino!
Don Carlos le arranca la
carta de las manos, violento.
Don Carlos: Como salga por esa puerta, te juro por
Dios que distribuyo esta carta por todos los teatros de España y me aseguro de
que no vuelvas a pisar un escenario.
Gonzalo lo mira,
sorprendido y asustado.
Don Carlos (leyendo): “Querido José:
Te vuelvo a escribir con la esperanza de que me hayas perdonado. Ahora sé que
tuvieron que ser mis palabras aquella última tarde en Granada las que
provocaron este largo silencio. Mi forma de tratarte, mi forma de despreciar lo
nuestro y mi desdén hacia ti seguro que hicieron que decidieras ignorar todas
mis cartas desde entonces. Estaba enfadado, enfadado contigo, con tu mujer, conmigo
mismo. Sólo podía pensar en salir del barrio, en ganar dinero, en ser una
estrella y no tener que preocuparme más de las facturas de las pensiones. Pero
estaba equivocado, y lo siento, espero que puedas perdonarme. La semana que
viene debuto por fin en El Real y quiero que sepas que la canción que cantaré está
dedicada a ti. Siempre estaré buscándote entre el público. Ahora sí, te quiero.
Gonzalo”. Te has cubierto de gloria.
Gonzalo: ¿Qué quiere de
mí?
Don Carlos: Quiero que sepas que nunca te vas a
librar de mí. Nunca.
Gonzalo abre la boca
para hablar, pero se calla. Acaba de darse cuenta de algo.
Gonzalo: ¿Por qué han
devuelto esta carta? Nunca… nunca devolvieron las otras.
Don Carlos: Por defunción. José murió hace un par
de meses.
Gonzalo: ¿Qué?
Don Carlos: Sí, publicaron unas cuantas palabras
en el periódico. Una noche lo asaltó un grupo de maleantes cerca del Retiro. No
llegó vivo al hospital.
Gonzalo (llorando): Oh… Dios mío…
Don Carlos: Yo no vi motivo alguno para
preocuparte. Además, como ni tú ni él habíais vuelto a escribiros desde hacía
tiempo…
Gonzalo: ¿Cómo? ¿Él?
¿Qué está diciendo?
Don Carlos: Ah, sí, me temo que estabas
equivocado, Gonzalo. El sargento no decidió ignorarte después de “aquella
última tarde en Granada”. Te escribió más cartas que tú a él, incluso. Pero
nunca te llegaron. Al igual que a él nunca le llegaron las tuyas. Una lástima.
Gonzalo se abalanza
sobre Don Carlos, todavía
llorando.
Gonzalo: ¡Usted! ¡Fue
usted! ¡Fue usted todo el tiempo, hijo de puta!
Don Carlos: ¿Qué pretendías que hiciera, eh? Si no
hubiera destruido las cartas, todo habría salido a la luz, estas cosas siempre
acaban saliendo. Por eso también me las apañé para que él se fuera de Granada
en cuanto supe lo que estaba pasando. Pero venga, serénate, esta noche haremos
historia. Tú y yo.
Gonzalo: ¿Está loco? No
pienso cantar. Así, no. No puede forzarme.
Don Carlos: Tienes razón, esa es tu decisión.
Aunque piénsatelo dos veces, tengo unas cuantas fotocopias de esa carta que no
quiero utilizar. No me obligues a hacerlo.
Gonzalo: Estoy harto de
sus amenazas. No voy a seguir su juego, me da asco.
Don Carlos: ¿En serio vas a tirarlo todo por la
borda a estas alturas? Te ha costado toda tu vida llegar hasta aquí. ¿Tú has pensado
en dónde podrías acabar si esto se descubre?
Gonzalo (derrotado): ¿Por qué no me deja en paz? ¿Por qué
no me deja irme en paz?
Don Carlos: Porque te he comprado, Gonzalo. Esa es
la verdad, te guste o no. Eres mío y siempre lo serás.
Pausa. Gonzalo solloza con
impotencia.
Don Carlos: Si sales a ese escenario, España
entera sabrá quién eres. Si no, desapareces. Piénsalo.
El camerino
desaparece mientras suenan los primeros compases de Granada. Un foco ilumina a Gonzalo en el escenario desnudo y la orquesta hace un silencio, esperando a
que empiece. Don Carlos observa, al fondo. Tras una larga e intensa
pausa, Gonzalo empieza a cantar. Superado por la emoción,
interpreta una gloriosa Granada “con
gusto” y, al terminar, se oye el estruendo del teatro deshaciéndose en aplausos.
Gonzalo sonríe con la mirada vacía. Telón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario