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sábado, 4 de enero de 2014

Retazos, entrañas y espumillón





PRÓLOGO:
Rebecca

Siempre pensó que no había nacido en el sitio adecuado.
Nunca debió nacer en ese día tan caluroso; hubiera sido mejor ser Escorpio. Un escorpión es mucho más interesante que un león. Más pequeño, eso sí, pero mucho más venenoso.
Sus estudios de informática de poco le sirvieron. Ella quería ser gángster, o vedette del Moulin Rouge, o taxidermista, que no sabía muy bien lo que era pero que le encantaba como sonaba.
No debería haberse aferrado a aquella moto con aquel chico sin nombre pero con unos labios de pecado infinito. Puede que tanto amor prometido a un desconocido equilibrase una muerte tan rápida, aunque a ella le hubiese gustado más una muerte lenta, como morían las heroínas.
Lo que más sentía de haber muerto la última noche del año era no llegar a abrir los regalos de Reyes. Siempre pensó que no había muerto en el día adecuado. Lo del roscón le era indiferente, pero lo de los regalos era imperdonable.

Un golpe en la cabeza contra un bordillo puede no ser mortal, quizá demasiado prosaico. ¡Qué interesante hubiera sido caer de un caballo perseguida por un dragón! ¡O morir aplastada dentro de un Cádillac con la poli en los talones y abrazada a un asesino en serie!
En sus clases universitarias nunca le enseñaron cómo ir muy excitada en una moto sin tocarle los genitales al piloto. ¿De qué le servía ahora saber diseñar páginas web?
Siempre pensó que tendría que haber nacido dentro de una trilogía, de esas que leen millones de frikis y de las que luego hay que hacer una precuela.
En el momento del impacto recordó en su garganta la última cena hecha por su madre: tarta de salmón que sólo podía paladear en Nochevieja.


CAPÍTULO 1:
Un diálogo, un futuro, ¿una invención?

-¿Recuerdas el primer beso?- le preguntó Rebecca al hombre “X”.
-Tengo amnesia- contesto él aireando la sábana.
Ella respiró muy lentamente y se sentó al borde de la cama, mirando fijamente al Cristo de la pared. Sangrando por las sienes le decía algo que ella no terminaba de comprender.
-A mí me gustaría tener amnesia también. Olvidarse de cosas banales es bueno, tú eres la prueba-“X” se encendió un cigarro, se ahuecó la almohada y dijo -ese es tu problema, no te olvidas de nada y lo retuerces demasiado en esa cabecita loca hasta que lo acartonas, ¡y mírame a la cara cuando te estoy hablando!-
Rebecca no hizo caso, no quería mirar esa cara, ni esa cama que olía y rezumaba a tantos recuerdos podridos. El pobre crucificado no se parecía a William Dafoe.
-¡Levántate de la cama para fumar!, ¡un día saldremos en el Telediario!-
Odiaba decir frases así que había oído tantas veces a su madre decir a su padre, pero siempre se daba cuenta demasiado tarde, cuando ya se habían escapado y estaban empapadas de saliva.
-¿No dices nada?- Ahora sí que Rebecca le miraba a la cara. Será tu amnesia y se te ha olvidado hablar… y pensar.
“X” roncaba como un oso con el cigarro encendido.
Ella se levantó, se puso las bragas y el sujetador y salió sin hacer el más mínimo ruido. Las llamas hicieron el resto.


CAPÍTULO 2:
Un puzle sin esquinas

¡A ver a que hora vas a volver!
Su madre no entendía la adolescencia perversa e infantil que ella quería vivir. Si eran las 00:00 cuando salía por la puerta ¿a qué hora tenía que regresar? Lógicamente estaba obligada a ver amanecer. Muchos amaneceres se había quedado sola sentada en el césped del cerro, simplemente por el gusto de sentir mucho frío y luego llegar a casa, con los labios violáceos, y meterse desnuda bajo las mantas, como un guisante bajo cien colchones. Hoy no haría eso, hacía demasiado calor y la operación no tendría el mismo efecto. Hoy era noche de agosto, sin prisas ni relojes, sin esquemas ni verbos feos del estilo de madrugar.
-Pobre mamá- pensó Rebecca mientras bajaba por el ascensor. Toda la vida trabajando, ¿para qué? ¿Realmente era feliz con ese marido, en esa casa, con esa hija, con esa plataforma vibratoria que se compró por la tele? Ella pensaba mucho en su madre, la sentía con esa mezcla de amor y odio a partes iguales. Pensaba que le hubiera encantado conocer a su madre de joven, hacerse muy amiga de ella, íntimas, y no tener una relación familiar obligatoria y dada por la genética. Todos estos pensamientos no sabía sacarlos a la puntita de la lengua para que los escuchara la implicada, y se quedaban flotando, cachos sueltos de ese pensamiento infinito e impracticable.
La quería porque estaba sola como ella, la odiaba porque se callaba, la amaba porque era bellísima (Rebecca a escondidas le vaciaba los tarros de potingues; ella no necesitaba las cremas que anunciaba Andy McDowell), la odiaba porque tampoco su madre sabía como hablarle (¡más culpas para la genética!), la quería porque sí, porque era su madre, por lo mismo que la odiaba.
Las previsiones de la noche no se cumplieron. Se rió sin ganas con sus amigas por no dejarlas mal (¡era tan superior a ellas en prácticamente todo!), no se pilló el pedo que esperaba (¡qué difícil le era aún controlar el alcohol!) y no se subió al coche de ningún chico. Una noche más, una noche menos, vuelta a casa con la cartera vacía, ¿dónde coño he metido las llaves?, la misma canción de siempre.
Le jodía subirse a casa de noche, tan pronto.
Se acostó muerta de calor, ¿cómo una persona tan delgada podría sudar tanto? Se quedó dormida. Se despertó abruptamente, ¿qué era ese ruido? Sus padres hacían el amor en la habitación de al lado. Siempre pensó que esto no pasaba, por lo menos a ella nunca le pasaría. No sabía qué sentir ni pensar, pero no se sentía con ganas de escuchar nada, no por vergüenza sino porque le invadió una profunda sensación de respeto.
Se obligó a dormir muy profundamente. No recordaba estar tan feliz desde hacía mucho tiempo.


CAPÍTULO 3:
Cuando todo se americaniza

Le encantaba abrir regalos. Con el tiempo le encantaría abrir paquetes, pero ahora sólo eran regalos. Toda una noche nerviosa y una posterior mañana en pie para ver un salón lleno de colores, de lazos, seis zapatos y sus padres con cara de pavos.
Cajas de pinturas, tijeras y rotuladores; un abrigo, un gorro y unas medias; la casa con jardín de esa muñeca rubia, su novio y su amante, y el VHS de la película que su madre le había grabado de la tele pero ella quería tener original.
Se le escapó una lágrima invisible, que no mojaba pero sí dolía, viendo a aquella niña que no paraba de reír y de dar besos y abrazos a esos dos padres tan jóvenes, tan guapos y tan desconocidos.
¿Estaba violando la intimidad de esa familia feliz? Suponía que no, pero no se sentía cómoda. Quería verlo todo y a la vez nada. La niña seguía riendo y ella seguía llorando sin llorar, y el agua se le hincaba por dentro. Solamente una puta gota hubiera sido suficiente para desahogarla, pero ni su propio cuerpo la ayudaba a soportar mejor esa estampa.
Hubiera preferido asistir al día de su funeral. Un funeral como el de ese cuento que le leía su padre sobre un pícaro que se inventa su propia muerte para saber quien le quiere de verdad. Nunca más se lo leería.


CAPÍTULO 4:
Could I Leave You?

Una pareja que se besa desde lo prohibido siempre está más unida. Ellos se besaban a escondidas porque les apetecía, daba mucho más morbo aunque aún no se hubiera inventado esa palabra. Lógico, era 1977.
Dentro de un armario mientras ese señor feo y serio les enseñaba la casa era muy incómodo, pero tremendamente divertido. Estaban seguros que el señor se había dado cuenta, pero no hizo nada por evidenciarles. Feo, serio y muy discreto.
-Nos compramos esta casa, y nos casamos, y nos vamos a Benidorm, y pintamos el pasillo de azul, pero no colgamos la lámpara horrible que nos ha regalado tu madre ni ponemos la perdiz disecada de mi tía- Los dos se desplomaron en el suelo hervidos en risas. Cuando se calmaron se quedaron callados y no se besaron, sólo se miraron fijamente y se quedaron petrificados. Cuando la piedra se ablandó, él la cogió de la cintura y le dijo -¿Te gusta el nombre de Rebecca?-. El feo discreto esperó sin interrumpir, aún sabiendo que tenía el coche en doble fila.


ÉXODO:
Cortar por la línea de puntos, pegar, rellenar, colorear por números

Todo ha sido un juego, demasiado fácil, pero no sabría decirlo en palabras, y mucho menos escribirlas. De este experimento no se sacan conclusiones, ni fórmulas exactas, ni se le hace daño a ningún animal durante el rodaje de la película.
Prefiero no viajar más, ni por hoy ni en esta vida. Me queda el recuerdo de “X”, de “Y”, de “Z”… soy tan facilona para los recuerdos…
Mi madre sigue comprando cosas de la televisión, y ahora también ha aprendido que puede hacerlo por internet. Sigue haciendo el amor con mi padre. Cuando muera será el cadáver más bello del mundo.

Mira que me jode no estar en el cerro ahora, Enero es el mejor mes para estar muerta de frío.

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