Luz azul cielo. Vapor marrón claro, bajo. Luz estable, equilibrada. Al fondo, una superficie gris y curva, muy grande, se insinúa.
De repente, oscuridad. Un sonido de interferencia eléctrica. Silencio.
Luz violeta. Diez cilindros rojos, inmóviles, repartidos sin ningún orden concreto sobre el vapor marrón claro. Pausa.
Se oye un timbal lejano. Luego, otro. Otro. Se empieza a crear un ritmo caótico de percusión, creciendo en intensidad. A medida que esto ocurre, la luz violeta se va tornando en azul oscuro. Con la sinfonía cacofónica como acompañamiento, la superficie gris y curva empieza a ascender del fondo de la escena. Los cilindros tiemblan, al principio casi imperceptiblemente, luego con más fuerza.
A los timbales se les unen notas disonantes de trompeta. La superficie curva y gris ha ascendido hasta descubrir que se trata de un paraguas gigante, completamente gris, repleto de tubos fluorescentes. Los cilindros tiemblan al no-ritmo de la música, y empiezan a desplazarse por el espacio erráticamente, con convulsiones.
La música se convierte en una versión extremadamente lenta y desafinada del vals de La Bella Durmiente de Tchaikovsky, orquestada sólo con timbales y trompetas. El gran paraguas gris se mueve al son del vals, y sus fluorescentes se apagan y se encienden. Muchos están fundidos. Los cilindros bailan ahora, poco a poco, torpemente en círculos bajo el paraguas. Todos los colores se van transformando lentamente en variantes de un mismo gris. Los cilindros repiten un mantra con fuerza:
CILINDROS.- Nunca más, nunca más, nunca más...
De repente, el gran paraguas gris se desploma sobre los cilindros, aplastándolos a todos menos a uno. Oscuridad. La música sigue.
En la oscuridad, se ven chispas amarillas y rojas, con sonidos eléctricos. La música se va disolviendo poco a poco en acordes cada vez más graves.
Luz gris, apagada. El paraguas está caído sobre nueve de los cilindros, todo sumido en vapor gris. El décimo cilindro está de pie, a un lado. Ahora es violeta. Pausa. Oscuro.
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